lunes, 31 de diciembre de 2012

Las mejores BSO del año 2012


Despido el año con una nueva colaboración para El Cine de Lo Que Yo Te Diga. Repaso de las cinco mejores bandas sonoras de 2012. Tan subjetivo como impreciso, tan arbitrario como personal. Podéis leerlo y criticarlo pinchando AQUÍ o en la imagen siguiente.



sábado, 15 de diciembre de 2012

El ascenso al poder de ‘Agrippina’ protagoniza el nuevo título de la Ópera de Oviedo.






Ambición, traición y lucha por el poder. Ingredientes que desde siempre han movido al mundo y que Haendel, como autor especialista en las bajas pasiones y el gusto del ser humano por dominar al prójimo, puso en escena tomando la historia de Agrippina en 1709. La Ópera deOviedo presenta desde el próximo domingo el título más ambicioso de la temporada, tanto por su estilo musical –hablamos de ópera barroca– como por su duración –alrededor de las cuatro horas– como por el desconocimiento de la composición para el gran público. También la puesta en escena, inspirada en las series de televisión de los años 80 ‘Dallas’ y ‘Dinastía’, será un elemento a tener en cuenta. Todo en cuatro funciones que desarrollarán en el Teatro Campoamor los días 16, 18, 20 y 22 de diciembre las luchas de Agrippina por el trono de emperatriz de Roma.

Hace apenas dos años la Ópera de Oviedo alzaba el telón de su LXIII temporada con ‘La Coronación de Popea’ de Monteverdi. Un éxito que confirmó el gusto del público asturiano por la ópera barroca y que ya presentaba a algunos de los personajes que Haendel recuperó para ‘Agrippina’ en una suerte de ampliación de la historia. Si en el título monteverdiano se nos presentaba la  historia de Nerón y Popea, y Agrippina era apenas un personaje accesorio, en la ópera que se estrena mañana ésta pasa a ser la protagonista absoluta.

Haendel se centra en la lucha de Agrippina, casada con Claudio en segundas nupcias, por la sucesión en el trono de su hijo Nerón. En pos de esta meta asistiremos a un despliegue de medios que persiguen como único fin el ascenso al poder: difamación, engaño, traición… Todo es válido para ir apartando a los débiles de la política e imponer la voluntad de la protagonista.

Basándose en hechos y personajes citados ampliamente en las crónicas de los escultores Tácito y Suetonio, Vicenzo Grimani –diplomático erudito que era embajador del Imperio austriaco ante la Santa Sede, virrey de Nápoles y empresario teatral– escribió un sangriento libreto que poseía una de las mejores historias a las que Haendel puso música. La composición de ‘Agrippina’ vino motivada por un viaje de tres años del compositor a Italia. Su estreno, el 26 de diciembre de 1709, la convirtió en un éxito inmediato, alcanzando la insólita cifra para la época de 27 representaciones consecutivas. Para el experto en barroco Cristopher Hogwood “es la primera demostración de su genio que logró un éxito total; es un resumen, más que la cima, de sus composiciones en Italia”.

El compositor contaba con tan sólo 24 años de edad cuando le llegó el considerado primer gran triunfo de su carrera con esta ópera. Sin embargo, la música que integra ‘Agrippina’ no es completamente original. Muchos números proceden de composiciones anteriores, e incluso toma ‘prestadas’ algunas músicas de otros autores, como el teórico Johann Mathesson o Reinhard Keiser, director de la Ópera de Hamburgo cuando Haendel tocaba en su orquesta. A pesar de esto, su concepción global de este mastodóntico drama, que jamás le hace perder interés, y su fuerte sentido teatral, hacen de la ópera algo único.

Para comprender la idiosincrasia de este título es necesario retrotraerse a comienzos del siglo XVIII, para sumergirse en una época que carecía de los tabúes sexuales que años después harían impensable una creación de este tipo. También la ciudad de estreno, Venecia, propiciaba la representación de historias que no tardarían de ser tachadas de inmorales frente a la castidad y pureza de los héroes protagonistas de la llamada ‘ópera seria’. La protagonista llega a consumar el incesto con su hijo en su carrera hacia el trono, para más tarde morir por orden de éste. Nerón, como es habitual, es presentado como un tirano sin escrúpulos para completar el fresco de unos dirigentes carentes de moral. No ocurre lo mismo con el resto de personajes: Popea aparece aquí como una cortesana con aspiraciones, ofrecida como juguete sexual al Emperador por su marido Otón.

La trama de la ópera tenía gran actualidad en la Italia del momento ya que en ella se trataban las razones subjetivas del ansia y la sucesión en el poder y enlazaba con los acontecimientos europeos de la época: la Guerra de Sucesión Española. Vincenzo Grimani apoyaba la facción de los Habsburgo mientras que el Papa Clemente XI estaba al lado de Francia y España. La rivalidad que tiene lugar en la ópera entre Nerón y Otón se asemejaba a la lucha que existía en aquel tiempo entre las Casas de Habsburgo y Borbón, que aspiraban al trono español, en tanto que Popea simbolizaba la Corona Española deseada por las dinastías de Francia y Austria.

Con estos mimbres la directora de escena Mariame Clément imagina una ‘Agrippina’ deudora de las ‘soap-operas’ americanas, los culebrones donde las luchas de poder entre familias eran el argumento principal para desarrollar una interminable lista de capítulos. ‘Dallas’ y ‘Dinastía’ son tomadas como punto de partida para esta propuesta que sitúa a los personajes en la América de los años ochenta.

Con una batuta experta en este tipo de repertorios como Benjamin Bayl, al frente de una OSPA reforzada en el continuo por los hermanos Zapico (Forma Antiqva), el reparto estará encabezado por Pietro Spagnoli como Claudio y Anna Bonitatibus como Agrippina. Al barítono italiano es habitual verle en Oviedo en roles rossinianos (‘El barbero deSevilla’, ‘La italiana en Argel’), donde se siente más cómodo y donde ha cosechado sus mayores reconocimientos. Sin embargo, la relación entre el canto de Rossini y la música barroca es tan estrecha que incluso Bonitatibus ofreció hace poco más de una semana un recital en el Auditorio Príncipe Felipe con obras de Rossini, previo a su actuación en el Campoamor. Serena Malfi en el papel masculino de Nerón completa el trío protagonista de este cuarto título de la Temporada de Ópera de Oviedo.






FICHA

Agrippina
Música de Georg Friedrich Haendel
Libreto de Vincenzo Grimani.
Dramma per musica en tres actos, estrenado en el Teatro San Giovanni Crisostomo de Venecia en 1709..
Nueva producción de la Ópera de Oviedo y De Vlaamse Opera



PERSONAJES E INTÉRPRETES 
Claudio: Pietro Spagnoli

Agrippina: Anna Bonitatibus
Nerone: Serena Malfi
Poppea: Elena Tsallagova
Ottone: Xavier Sabata
Pallante: Joao Fernandes
Narciso: Flavio Ferri-Benedetti
Lesbo: Valeriano Lanchas
Giunone: Cristina Faus

Dirección musical: Benjamin Bayl
Dirección de escena: Mariame Clément
Diseño de escenografía y vestuario: Julia Hansen
Diseño de iluminación: Bernd Purkrabek
Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias


Funciones: 16 (18 horas), 18 (20 horas), 20 (20 horas) y 22 (20 horas) de diciembre. Teatro Campoamor de Oviedo

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Abstract: El ‘Sonido Nieto’. Marcas de estilo del compositor a lo largo de 40 años de carrera.


UNIVERSIDAD DE OVIEDO - FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS
12 -14 DE DICIEMBRE DE 2012



A lo largo de nuestras investigaciones sobre el compositor José Nieto hemos podido constatar la existencia de ciertas marcas de estilo, una serie de recursos compositivos construidos durante más de cuarenta años de profesión, que el autor revisita con cada nueva película, de los que toma lo que necesita, y cuya eficacia está suficientemente probada por su amplia filmografía y los reconocimientos que jalonan su catálogo. Con esta manera de trabajar Nieto entabla un diálogo con el espectador, haciéndole partícipe de la historia a través de su música, situándole donde le interesa al director, y, sobre todo, dirigiendo su atención hacia aquello que considera importante. Con un instrumento tan poderoso como la música, el compositor manipula a la audiencia y dirige su empatía, haciéndoles que tomen partido, como su partitura, a favor o en contra de ciertos personajes o situaciones.
En la presente comunicación trataremos de sistematizar estas marcas de estilo, que constituyen el inconfundible ‘Sonido Nieto’, y que entroncan directamente con la funcionalidad de la música aplicada al lenguaje audiovisual: cortes, elipsis, diálogos, fundidos… han sido sistematizados musicalmente por Nieto durante su trayectoria. Mediante ejemplos audiovisuales puntuales, y la comparativa de bloques y películas, trataremos de mostrar la resolución de estos conflictos a través de la banda sonora, además de presentar las características puramente musicales del lenguaje del compositor.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Notas al programa. Jornadas de Piano "Luis G. Iberni". Oviedo Filarmonía & Arcadi Volodos (piano)




Obertura trágica, op. 81 (J. Brahms)

Cuando en 1879 Johannes Brahms fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Breslau, rápidamente acometió la composición de una obra como agradecimiento a la institución, que llevaría por título Obertura para un Festival Académico. Sin embargo, el cambiante temperamento del autor le llevó a la necesidad de crear por oposición esta Obertura trágica. “Una ríe, la otra llora” es la enigmática frase que dio por explicación cuando fue preguntado por la inusual concepción de estas obras hermanas. Ambas fueron estrenadas simultáneamente el 4 de enero de 1881 en la ciudad de Breslau, con el propio Brahms a la batuta. Al menos, este fue el estreno «oficial», ya que algunas fuentes indican que la Obertura trágica pudo haber tenido un pase previo unos días antes –el 26 de diciembre de 1880– a cargo de la Filarmónica de Viena dirigida por Carl Richter.
Formalmente nos encontramos con una obra en tres secciones (rápida-lenta-rápida), con forma sonata y tonalidad de Re menor, siempre tan asociada a la tragedia y la exaltación sentimental. Es una obra ciertamente «brahmsiana», donde el compositor expone su temperamental carácter en apenas catorce minutos de una manera muy críptica, sin concesiones al espectador. Huraña y cambiante, imprevisible y esquiva, no busca agradar tanto como epatar. ¿Y acaso no es este un resumen de la producción del maestro de Hamburgo?


Concierto para piano y orquesta nº 2 en Si Bemol Mayor, op. 83 (J. Brahms)

La dificultad técnica de este segundo concierto para piano de Brahms emparenta esta obra con la concepción formal que del género tenía Franz Liszt, añadiendo un cuarto movimiento al tradicional esquema de tres, y sugiriendo una amplitud orquestal mayor de la acostumbrada. El autor no busca el virtuosismo basado en escalas o pasajes especialmente brillantes, sino que centra los esfuerzos del solista en la búsqueda de un color orquestal que aporta una nueva visión, mucho más enfocada a la belleza de la línea melódica y la polifonía.
Sólo el primer movimiento es el que podemos considerar más clásico, a la manera concertante de Mozart o Beethoven. Sin embargo, en cuanto lo dejamos atrás las cosas cambian: el piano parece convertirse en un instrumento más de la orquesta en el segundo movimiento (reforzando la extendida idea de que los conciertos para piano de Brahms son en realidad «sinfonías disfrazadas»), y cede su protagonismo al violoncello en el tercero. El cuarto, un rondó, nos presenta de nuevo al instrumento solista como una pieza más del ensamblaje orquestal en la búsqueda de un sonido sinfónico completo y denso.


Sinfonía nº 3 op. 56 en La menor “Escocesa” (F. Mendelssohn)

Los trece años que separan el viaje de Felix Mendelssohn a Gran Bretaña (1829) y el estreno de su sinfonía «Escocesa» (1942) no fueron óbice para que los vívidos recuerdos atesorados por el compositor durante su visita a la capilla del Palacio de Holyrood House se mantuviesen en su memoria: “La capilla cercana a ella carece ahora de techo; hiedra y pasto crecen allí y sin embargo fue ante ese altar destrozado, que María fue coronada Reina de Escocia. A su alrededor todo está estropeado y desmoronado mientras el brillante cielo lo ilumina. Creo que hoy he encontrado en esa vieja capilla el comienzo de mi Sinfonía Escocesa” escribió a su familia desde Edimburgo. Ese destello de luz entre ruinas y silencio es el que da comienzo a la obra, una introducción lenta de la que brotará el allegro de sonata.

Enemigo de las llamadas «músicas nacionales» prácticamente nada nos remite a la tierra que da nombre a la sinfonía, exceptuando ciertos ritmos del scherzo en el segundo movimiento, que se aplacarán en el tercero a favor de una música más «alemana», serena, noble y amplia. El cuarto movimiento devuelve el ritmo danzante y ciertas insinuaciones de folklore escocés tamizadas por la neblina del recuerdo de casi tres lustros, para cerrar la sinfonía recuperando el tema de apertura, el recuerdo de Holyrood del que jamás podremos escapar.


Alejandro G. Villalibre


sábado, 10 de noviembre de 2012

Turandot, el esplendor de Puccini en la lejana China







El próximo día 15 la ópera de Oviedo presenta el tercer título de la Temporada, ‘Turandot’ de Puccini. Un título de nuevo del gusto de la mayoría de los aficionados que, tras el abrumador éxito de la ‘Lucia di Lammermoor’, tampoco debería tener problemas para arrancar las ovaciones del patio de butacas. Con un reparto de solvencia probada, encabezado por Elisabete Matos, Stuart Neill y Eri Nakamura (que darán paso en la función de segundo reparto a Maribel Ortega, Marc Heller y Beatriz Díaz), y con una nueva propuesta escénica firmada por la asturiana Susana Gómez, devuelven la historia de la princesa china a Oviedo 36 años después de su última representación. A la batuta Gianluca Marcianò y en el foso la Oviedo Filarmonía completan el plantel que ofrecerá funciones los días 15, 18, 21, 23 y 24 de noviembre.


‘Turandot’ es mucho más que el “Nessun Dorma” cantado a pleno pulmón. La ópera de Puccini tiene como siempre el encanto de los paisajes exóticos que tanto gustaban al compositor –que ya había ‘viajado’ con sus óperas al lejano oeste o a Japón– unido con una música sublime, tan descontextualizada de su época que parece mentira que fuese estrenada una año después del expresionista ‘Wozzeck’ de Alban Berg. Fue presentada en plena década de esplendor de compositores de origen germánico como Richard Strauss, Schoenberg, Krének, Korngold o Weill; en el apogeo de Janácek y Szymanovski, y con Stravinsky asombrando al mundo. Una ópera plenamente romántica en la convulsa década de los años veinte. Una rareza que pronto encandiló al público.

Además, ‘Turandot’ posee el encanto que siempre otorga el hecho de ser una obra truncada por la muerte de su autor en 1924, dejando tan solo treinta y seis páginas con esbozos sobre el final de la ópera. Puccini, consciente de que su final estaba próximo pues le había sido diagnosticado cáncer de garganta, expresó públicamente su deseo de que Riccardo Zandonai fuese el encargado de terminar la ópera, si bien finalmente la responsabilidad recayó sobre Franco Alfano, famoso por su ‘Cyrano de Bergerac’.

La leyenda de la princesa china Turandot se remonta a un poema llamado ‘Las siete bellezas’o ‘Las siete princesas’, siendo su autor Nezami Ganjavi, uno de los grandes poetas épicos de la literatura persa del siglo XII. La historia ganó su fama, extendiéndose rápidamente hasta ser incluso citada en ‘Las mil y una noches’. En el siglo XVIII Carlo Gozzi, y en los albores del XIX Friedrich Schiller contriibuyeron a seguir perpetuando el mito.

En 1920 Puccini comenzó a trabajar en la ópera, en colaboración con los libretistas Giuseppe Adami y Renato Simoni, sobre la traducción al italiano del texto de Schiller, que en algunos momentos necesitó de hasta cuatro revisiones para conseguir un libreto que satisficiese al compositor. Su estreno en Milán en 1926 estuvo cargado de emoción. Arturo Toscanini, director de aquella función, dejó a batuta después de la muerte del personaje de Liù, y dirigiéndose al público dijo “Aquí se acaba la ópera, aquí murió el maestro”. En homenaje a Puccini no se interpretó el final compuesto por Alfano, que sí se representó la siguiente noche, quedando hasta la actualidad como la conclusión más aceptada, a pesar de que ha habido otras propuestas, como la del compositor Luciano Berio en 2002.

En Oviedo escucharemos la versión ‘clásica’, la de Puccini y Alfano, con un reparto principal que a última hora ha sufrido un cambio: el tenor Francesco Hong, que originariamente iba a cantar el papel protagónico de Calaf ha suspendido su participación por problemas de salud, siendo sustituido por el estadounidense Stuart Neill. Neill debuta en el Campoamor, si bien en su currículo destacan sus presentaciones en el Metropolitan neoyorquino en la Staatsoper de Viena, el Covent Garden londinense o el Teatro Colón de Buenos Aires.

A su lado, en el papel de Turandot, encontramos a Elisabete Matos, una figura mucho más familiar para el público asturiano, ya que es una constante del teatro, bien sea en zarzuela o en ópera. Además son constantes sus apariciones en Italia, Francia, Alemania o Estados Unidos. Su versatilidad vocal le permite afrontar compositores tan dispares como Puccini, Falla, Verdi, Bretón, Janacek, Bellini o Wagner, y de hecho la vimos en Oviedo por última vez en 2011 en un recordado Tristan e Isolda.

Para la puesta en escena se ha confiado de nuevo en la asturiana Susana Gómez, que el año pasado sorprendió por la sobriedad y eficacia de su versión ‘semiescenificada’ de Norma, y que en esta ocasión presenta una producción totalmente nueva.




FICHA

Turandot
Música de Giacomo Puccini
Libreto de Giuseppe Adami y Renato Simoni
Dramma lirico en tres actos y cinco cuadros
Estrenado en el Teatro alla Scala de Milán, el 25 de abril de 1926. Versión completada por Franco Alfano, Teatro alla Scala de Milán, 26 de abril de 1926.
Producción de la Ópera de Oviedo.

Personajes e intérpretes:
La Princesa Turandot: Elisabete Matos / Maribel Ortega (23/11/2012)
El Emperador Altoum: Emilio Sánchez
Timur: Kurt Rydl / Dario Russo (23/11/2012)
Calaf: Stuart Neill / Marc Heller (23/11/2012)
Liù: Eri Nakamura / Beatriz Díaz (23/11/2012)
Ping: Manel Esteve
Pang: Vicenç Esteve
Pong: Mikeldi Atxalandabaso
Un mandarín: José Manuel Díaz
El Príncipe de Persia: Jorge Rodríguez-Norton

Dirección musical: Gianluca Marcianò
Dirección de escena: Susana Gómez
Diseño de escenografía: Antonio López
Diseño de iluminación: Alfonso Malanda
Vestuario: Teatr Wielki de Poznań
Coreografía: Ferran Carvajal

Orquesta Oviedo Filarmonía
Coro de la Ópera de Oviedo
Funciones primer reparto: 15, 18, 21, 23 (fuera de abono) y 24 de noviembre. Teatro Campoamor.

lunes, 15 de octubre de 2012

Crítica 'Werther': Resbalón



Oviedo. Teatro Campoamor. LXV Temporada de Ópera de Oviedo.
11.IX.2012.

JOSÉ BROS, NANCY FABIOLA HERRERA, ELENA DE LA MERCED. ORQUESTA SINFÓNICA DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS. YVES ABEL, Director.

Jules Massenet: Werther.
  
Aforo: 1.440 Asistencia: 100%


Reseña BSO: Frankenweenie (Danny Elfman)



Colaboración semanal con El Cine de Lo Que Yo Te Diga. Reseña de la música de Danny Elfman para Frankenweenie (Tim Burton, 2012)









sábado, 13 de octubre de 2012

Lucia celebra sus bodas de plata en el Campoamor




Una vez más la Ópera de Oviedo recupera un título de producción propia para hacer frente a la crisis. Desde hoy podremos ver la ‘Lucia di Lammermoor’ ideada por Emilio Sagi, su director de escena, que ya se pudo ver hace cinco años. Una apuesta sobre seguro por la calidad musical de una partitura de sobra conocida por el público ovetense, que la ha convertido en una de sus favoritas. Cuatro funciones de abono (los días 13, 15 18 y 20 de octubre) y una más con un segundo reparto a precios reducidos (19 de octubre) que harán llegar a la ópera de Donizetti a la cifra de las 25 representaciones desde su debut en 1948. Dalibor Jenis, Mariola Cantarero y Arturo Chacón-Cruz en el cast principal, y Javier Galán, Sabina Puértolas y Albert Casals en el segundo, bajo la dirección de Marzio Conti, titular de la Oviedo Filarmonía, serán los responsables de dar vida una vez más a la historia de la novia de Lammermoor.

©carlospictures- Ópera de Oviedo
Desde su estreno en  1835 esta ópera se ha convertido en un auténtico reto para las sopranos. Especialmente por su famosa aria de la locura, una extensa escena donde las habilidades canoras de Lucia se llevan a límites insospechados para la época. Y es quizás por este archiconocido (y temido) fragmento, que durante mucho tiempo este título fue considerado como un mero fuego de artificio, un desafío vocal sin trascendencia, con indudable calidad musical, pero falto de interés en la trama. Con las interpretaciones de Maria Callas y Joan Sutherland a mediados del siglo XX la ópera comenzó a adquirir un empaque mayor. La protagonista ya no es sólo una máquina de cantar, sino un complejo personaje con un fuerte bagaje psicológico que es capaz de matar a su marido en la noche de bodas, una mujer oprimida por una sociedad donde las luchas de familias en la Escocia del siglo XVI la empujan hacia un callejón sin salida.

©carlospictures- Ópera de Oviedo
Su libretista, Salvatore Cammarano, se basó para su texto en la novela de Sir Walter Scott ‘The Bride of Lammermoor’, asentándose desde un principio como referente de la ópera italiana romántica. En ella se suceden matrimonios forzados, amantes clandestinos, familias rivales y, sobre todo, exaltación de los sentimientos y triunfo del amor más allá de la muerte. Si a esta receta se le añaden los parajes escoceses de oscuros castillos, las escenas nocturnas a la luz de la luna y un nada disimulado gusto por lo tétrico y excesivo, estamos ante una fórmula que lleva más de siglo y medio funcionando a lo largo del mundo.

Musicalmente fue una oportunidad bien aprovechada de Gaetano Donizetti. Con Rossini retirado y Bellini fallecido poco después del estreno de ‘Lucia’, el compositor de Bérgamo se elevó como gran exponente del bel canto italiano, gracias a la inspiración de esta partitura. No sólo a través de los números solistas, también pasajes como el sexteto, donde los protagonistas unen fuerzas para presentar cada uno sus sentimientos en una perfecta sinergia de voces. También el coro tiene un alto grado de implicación en la obra, con páginas que han trascendido más allá de la propia ópera para convertirse en piezas de concierto, como el coro de los invitados de boda.

Para Adolfo Domingo, responsable de dramaturgia de la Ópera de Oviedo, “Lucia di Lammermoor junto con ‘Norma’ de Bellini y ‘El barbero de Sevilla’ de Rossini se cuentan entre las primeras óperas en alcanzar un estatus de obras clásicas permanentes, semejante al del Mesías de Händel o las sinfonías de Beethoven”. Escénicamente estamos ante puro Sagi. Las señas de identidad de este director de escena asturiano son inconfundibles en esta ópera. Los blancos y negros, el rojo pasional, el juego de las luces diseñado por Eduardo Bravo… todo confluye para hacer de esta producción un éxito que la ha llevado por España e Hispanoamérica, y que próximamente viajará a Estados Unidos.

©carlospictures- Ópera de Oviedo
El rol principal estará interpretado por Mariola Cantarero en las funciones de abono y Sabina Puértolas en el segundo cast. Ambas voces experimentadas que han cosechado aplausos asturianos tanto en la ópera (a Cantarero la hemos podido ver la temporada pasada en ‘El Murciélago’ y a Puértolas hace dos en ‘La coronación de Poppea’) como en la zarzuela. Más expectación provoca el debut en Oviedo del tenor mexicano Arturo Chacón-Cruz en el papel del desgraciado amante de Lucia, Edgardo.

Una reposición, en definitiva, que muestra alicientes para no ser una repetición, y que, si todo va como se supone, no debería tener problemas para arrancar los aplausos del Campoamor.




FICHA

Lucia di Lammermoor
Música de Gaetano Donizetti (Bérgamo, 1797-1848)

Libreto de Salvatore Cammarano, basado en la novela The Bride of Lammermoor de Sir Walter Scott.

Ópera en tres actos.

Estrenada en el Teatro San Carlo de Nápoles, el 26 de septiembre de 1835.

Producción de la Ópera de Oviedo.

PERSONAJES E INTÉRPRETES
Lord Enrico Ashton: Dalibor Jenis / Juan Jesús Rodríguez (18/10/2012) / Javier Galán (19/10/2012)
Miss Lucia: Mariola Cantarero / Sabina Puértolas (19/10/2012)
Sir Edgardo di Ravenswood: Arturo Chacón-Cruz / Albert Casals (19/10/2012)
Lord Arturo Bucklaw: Charles Dos Santos
Raimondo Bidebent: Simón Orfila / Simon Lim (19/10/2012)
Alisa: María José Suárez 
Normanno: Josep Fadó

Dirección musical: Marzio Conti
Dirección de escena: Emilio Sagi
Diseño de escenografía: Enrique Bordolini
Diseño de vestuario: Imme Möller
Diseño de iluminación: Eduardo Bravo
Dirección del coro: Patxi Aizpiri 
Orquesta Oviedo Filarmonía
Coro de la Ópera de Oviedo
Teatro Campoamor de Oviedo


Funciones de abono: 13, 15, 18 y 20 de octubre, 20 horas.
Función fuera de abono: 19 de octubre, 20 horas.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Werther. La consecuencia lógica.


Artículo publicado en el programa de mano de la ópera Werther.

El acervo popular, ese que establece etiquetas la mayoría de las veces peligrosas, considera al Werther de Massenet como la culminación de la ópera romántica francesa. Sea o no la ‘culminación’ –este término implica una cierta supremacía donde ya entra en juego la subjetividad y los gustos personales– lo cierto es que estamos ante el siguiente paso en una evolución constante dentro de la lírica francesa, ante el resultado de una serie de antecedentes y movimientos estilísticos y, sobre todo, ante uno de los puntos que nos hacen pivotar entre los siglos XIX y XX.


‘El amor nos vuelve la cabeza del revés’, del pintor Federico Granell, 
portada del programa de mano del Werther
[ÓPERAy+Artes]

Para entender el surgimiento de la ópera insignia de Jules Massenet es necesario remontarse hasta 1828. Contrariamente a lo que cabía esperar, el movimiento romántico tardó en penetrar en Francia debido a la convulsa situación revolucionaria que desde 1789 agitaba a la sociedad, y que llevó a autores que podían haber sido claves en el arranque del nuevo estilo a la guillotina (como André Chénier) o al exilio (como sucedió con René de Chateaubriand). La censura napoleónica, poco amiga de la heterodoxia artística reinante en Europa, había prohibido en 1810 la publicación del tratado sobre Alemania de Germaine de Staël (De l’Allemagne), plenamente imbuido del espíritu romántico. Pero por fin en ese año 28 se produce el necesario golpe en la mesa: la publicación del prefacio de Victor Hugo a su obra Cromwell desafiaba la rigidez clásica y las convenciones sagradas de Racine y Boileau, y causaba una conmoción intelectual en los bulliciosos cenáculos de los que eran partícipes escritores y pintores, y en los que la música estaba representada a través de nombres como Berlioz y Liszt.

Bien es cierto que la música operaba un poco al margen de estos movimientos. Por aquel tiempo música era casi exclusivamente sinónimo de espectáculo lírico, de ópera, de combinación de estilos (teatro, canto, ballet…) que poco o nada respetaban las unidades clásicas. Al igual que la introducción de Shakespeare en la vida literaria francesa cambió para siempre a sus escritores, la irrupción de las composiciones de Beethoven en la década de los 20 en la vida parisina influyó sobremanera en sus músicos. Berlioz fue uno de los asistentes a una serie de conciertos en el Conservatorio de París dedicados al genio de Bonn, organizados por su director, François Anton Habeneck, de nuevo en el año clave de 1828: “El golpe fue casi tan fuerte como aquel que sentí con Shakespeare. Beethoven abría ante mí todo un nuevo mundo musical, tal y como Shakespeare me había revelado un universo nuevo de poesía”, asegura Berlioz en sus memorias.

Será precisamente Berlioz, con su ópera Les Troyens uno de los baluartes del nuevo estilo lírico francés: la Grand Opéra. Toda la grandilocuencia de un gran espectáculo dividido en cuatro o cinco actos, que siempre incluía al menos un ballet y cuya duración todavía hoy se considera excesiva. Unas características que siempre han sido un sello galo desde el surgimiento en pleno periodo Rococó del Style Galant que, sin llegar a estos extremos, sí apostaba por ofrecer al público un grand spectacle a través de la Opéra-ballet. Si bien la Grand Opéra se puede relacionar formalmente con este antecedente preclásico, lo cierto es que, además de estos aires de grandeza, en el siglo XIX se cuidan mucho más las historias, presentando libretos basados por lo general en grandes gestas históricas que proporcionan más empaque e interés a un nuevo título que el simple despliegue de medios humanos y escenográficos.

El ambiente cosmopolita que se vivía en Paris ayudaba a la suma de influencias, en especial italianas, a través de compositores como Luigi Cherubini o Gaspare Spontini, quienes mostraron el poder dramático del recitativo y la utilización grandiosa de la música para honrar al Emperador. Clave para el desarrollo de la ópera en esta época es la figura de Eugène Scribe, libretista autor de muchos de los grandes textos líricos franceses del momento. Trabajando mano a mano con el compositor Daniel-François Auber sentó las bases del nuevo género tras el estreno el 29 de febrero de 1828 (seguimos volviendo siempre a este año crucial) de La Muette de Portici. Siguiendo el camino insinuado por Spontini en La Vestale (1807), Scribe plantea una cuidada ambientación histórica, que, combinada con la inclusión de grandes efectivos orquestales y el uso de una potente masa coral por parte de Auber, dio lugar a la considerada primera obra del género. Más tarde llegarían otros títulos emblemáticos de la Grand Opéra sobre textos de Scribe, como LeComte Ory de Rossini (1828); Robertle Diable (1831), Les Huguenots (1836) y  L’Africaine (1865) de Meyerbeer; La Favorite de Donizetti (1840); o LesVêspres Siciliennes (1855) de Verdi, entre otros.

Sin embargo, como cabía esperar, los excesos del género provocaron la reacción de una nueva generación de compositores, que pretendían huir de esta grandiosidad, basando sus obras en argumentos punzantes y en mordaces historias de amor, y, sobre todo, que volvían la vista a la literatura contemporánea para su adaptación lírica. Llegaba el tiempo de la Opéra Lyrique, cimentado en la necesidad de revitalizar un género agonizante (el estreno póstumo en el 65 de L’Africaine de Meyerbeer supuso la confirmación del final de ciclo) y, sobre  todo, de establecer una competencia francesa a las dos grandes figuras europeas de la segunda mitad de siglo: Wagner y Verdi.

Se tiende a considerar pioneros de este estilo a Ambroise Thomas (1811-1896) y a Charles Gounod (1818-1893). Del primero de ellos, dos títulos sobresalen por encima de toda su producción: Le Caïd (1849) y Mignon (1866). Ambas son claros ejemplos del nuevo movimiento y, si bien Le Caïd hoy ha caído en el olvido, Mignon, bien en su versión completa o a través de sus arias más conocidas (como el prodigio de coloratura que es “Je suis Titania”), está todavía presente en los teatros. Este título es uno de los paradigmas de la corriente más joven: importancia del recitativo, líneas de canto bien definidas, métricas regulares, ritmos animados y, sobre todo, un libreto –firmado por Jules Barbier y Michel Carré en su versión original en francés– que es una adaptación de la novela de Goethe Wilhelm Meister, y que responde a los preceptos de recurrir a escritores más actuales.

De nuevo un libretista será clave para el desarrollo de la nueva vía: Jules Barbier (muchas veces en colaboración con Carré) se convertirá en el libretista de cabecera del otro gran representante de la Opéra Lyrique mencionado, Charles Gounod. Otra adaptación de la pareja de un texto de Goethe, el Fausto (y en concreto el episodio del enlace entre Fausto y Margarita), dará pie a la ópera más famosa de este compositor, que basa su valía en un potente canto de estilo declamatorio que busca el reflejo más fidedigno del habla humana, huyendo de la afición francesa por la uniformidad y lo melodioso. Sin embargo, cuando se centra en formas operísticas típicas (arias, dúos, conjuntos, etc.) la música de Gounod se transforma, tornándose en ligera a semejanza de Mignon, lo que le valió duras críticas en su estreno en 1859.

Y en este ambiente apareció en escena Jules Massenet (1842-1912). Alumno de Thomas y perfecto conocedor de la música de Gounod, así como de la tradición lírica francesa. Estudiante en el Conservatorio de París, presentó sus credenciales con la victoria en el Grand Prix de Roma por su cantata David Rizzio en 1863. Con estos reconocimientos y el éxito cosechado con sus óperas Manon (1884) y Le Cid (1885) presenta el Werther en Viena en 1892 en una traducción al alemán, y en enero de 1893 en su original francés en Parí, basado en la novela epistolar Die Leiden des jungen Werthers (Los sufrimientos del joven Werther) en una adaptación operística de  Édouard Blau, Paul Milliet y Georges Hartmann.

Massenet toma el canto declamado y huye de la ligereza, pero no de la grandiosidad vocal. En un fluir musical a menudo comparado con la técnica wagneriana (de la que también toma el uso de leitmotiven) Massenet propone una unión de todos los estilos: el fatuo amor romántico y la exaltación de los sentimientos, pero a través de un prisma íntimo, reducido a pocos personajes sin empleo de coro (excepto el coro de niños). La aparición de melodías sencillas, a cargo de los personajes populares, es un guiño a luminosidad vista en Thomas, sin embargo, la historia de antihéroe romántico poco o nada tiene de liviano. Lo criticado en Gounod –el poco realce de la complejidad de los textos de Goethe mediante su música– aquí es subsanado, y la profundidad filosófica y el sentimiento de cada personaje está reflejado a través de la sutileza musical. Massenet atrapa cada instante y lo plasma en el pentagrama como si fuese único, centrándose en el trasfondo de cada escena (de ahí la necesidad del uso de motivos recurrentes para dar coherencia al conjunto).

El legado de Massenet continuó fraguándose con  Thaïs (1894), y el testigo fue recogido por los nuevos compositores que abrían la ópera al siglo XX. El realismo italiano (Leocavallo, Mascagni, Puccini) bebe directamente de la sinceridad musical de Massenet. Y, por supuesto, es innegable su impronta en la obra fundamental que dio carpetazo al romanticismo francés, el Pelléas et Mélisande de Debussy (1902), donde la declamación y la disolución de la forma triunfaron definitivamente dando lugar a una historia, si cabe, aún más fascinante.