sábado, 8 de mayo de 2010

‘Los Gavilanes’ cierran el Festival Lírico 2010




08/05/2010

Un indiano que regresa a su Cudillero natal a bordo de un flamante ‘haiga’, una historia de amor truncada por la codicia y el dinero, y, sobre todo, una música muy pegadiza, son los tres ingredientes principales de la versión que Arturo Castro propone de la zarzuela ‘Los Gavilanes’ de Jacinto Guerrero, y que se estrenará el próximo martes 11 a las 20 horas para continuar las representaciones los días 12, 14 y 15.

Foto: Festival Lírico

El libreto original de José Ramos Martín situaba la acción en una aldea de la costa de Provenza en 1845, pero para el director de escena, el asturiano Arturo Castro, este hecho se debió a un truco para burlar la censura, ya que las similitudes con cualquier pueblo de las España de la época eran evidentes.

Por eso, propone esta versión ‘pixueta’, donde la protagonista es la villa marinera de Cudillero alrededor de los años 50, y donde la gendarmería se convierte en el cuartel de la Guardia Civil, y el indiano regresa por tierra en coche, en ‘haiga’, rico tras sus negocios en América. Y, sobre todo, el habla es totalmente asturiana.

Un acercamiento que tuvo su éxito en su estreno en el verano de 2007 y que repite para cerrar el XVII Festival Lírico, con un título menos que de costumbre.

Para estos ‘Gavilanes’ Guerrero escribe una partitura para un melodrama rural que le proporciona uno de los mayores éxitos de su carera lírica y que aún hoy cosecha abundantes aplausos, manteniéndose en el repertorio tanto de España como de Hispanoamérica. La obra supone la primera incursión de Guerrero en el género de zarzuela grande, de la que ha eliminado cualquier toque arrevistado o de opereta, contribuyendo así desde sus primeros éxitos a deslindar los campos dramáticos coetáneos.

En esta zarzuela Guerrero se aleja del estilo de ‘La Montería’, su anterior gran éxito. Destaca la innegable vena melódica del compositor, la utilización de temas populares como los de los pescadores o labradores, o la sabia recurrencia de la copla de Gustavo, idea que se repite desde el comienzo, revelando, de algún modo, la inexorabilidad del paso del tiempo y el destino de cada hombre. Guerrero utiliza esta copla a la manera de melodía fija, retomando la idea melódica recurrente que Falla había introducido de forma genial en la escena inicial de ‘La vida breve’. El coro adquiere nuevo protagonismo en la obra, otorgando coherencia melódica a numerosas escenas. La orquesta maneja sus efectivos siempre a favor del protagonismo vocal, doblando casi siempre las melodías vocales; sin embargo, en la obra destaca la utilización de técnicas descriptivistas, patentes en la sonoridad del preludio inicial y en las campanas que reaparecen en la escena final de la obra.

Desde un punto de vista musical, la obra supone todo un alarde de facilidad melódica realizado por un compositor que conocía muy bien los gustos del público. De esta manera, muchos fragmentos han calado en el acervo popular, destacando el Tango- milonga “El dinero que atesoro”, cantado por Juan el Indiano, la ‘Romanza de la flor’ de Gustavo o el ‘Himno a la amistad’ (“¡Amigos, siempre amigos!”), que Plácido Domingo ofrecía final en los conciertos de zarzuela que el Día de Reyes ofrecía como regalo de cumpleaños al Rey de España.

‘Los gavilanes’ consiguió inmensa fortuna crítica, y tras su estreno -el 23 de junio de 1897 en el Teatro Apolo de Madrid- se pùblicaron extensos artículos en todos los periódicos coetáneos. ABC destaca el carácter clásico de la obra y sus valores nacionales, afirmando: “Guerrero ha desdeñado el ritmo fácil, ligero, alegre y cabaretístico del foxtrot y ha escrito una partitura dentro de los clásicos moldes de la zarzuela, siguiendo la ruta marcada recientemente por ilustres compositores, para volver a sus primitivos cauces a nuestro género lírico”. Y en cuanto a los números mejor recibidos, afirma el crítico: “El gracioso tiempo de habanera en el duetto del primer acto, la marcha y el coro con que se abre el segundo acto, la delicadísima romanza de la rosa, el brioso tema del concertante desenvuelto en amplia frase y el dúo de tiples del tercer acto fueron los momentos más intensos”.

Dos días después del estreno, se seguía informando de que el tenor tenía que repetir tres veces cada noche la romanza de la rosa. José L. Mayral, desde La Voz recoge también el clamoroso éxito de la obra, afirmando que Guerrero, gracias a “su habilidad, su perspicacia, su conocimiento del público, otorgó amplio cauce a la melodía fácil, a la música efectista, a las concesiones de todo orden”, consiguiendo pronto clamorosas ovaciones y haciendo exclamar al crítico: ya tenemos una nueva Montería”.

Con un reparto de cantantes encabezado por Javier Franco, Alejandro Roy, Amparo Navarro y Laura Sabatel, y un reparto actoral que aporta la ya obligada cita de Luis Varela con el público asturiano, quizá la mayor novedad sea la batuta del guatemalteco Henry Raudales al frente de la Oviedo Filarmonía.

Este violinista y director americano, aunque nacido en Bélgica, es actualmente catedrático del Real Conservatorio de Amberes y, con su debut en el Campoamor, aporta una versión nueva, alejada de la baraja de directores que, aunque sobradamente expertos en el repertorio, comienzan a repetirse en los teatros.

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