viernes, 30 de marzo de 2012

Las Bienaventuranzas en la Historia de la Música

Revista SCB
Semana Santa, León, 2012

La música religiosa se ha servido de numerosos textos para crear, a partir de ellos, diferentes tipos de composiciones. Sin embargo, llama la atención que un pasaje como el Sermón de las Bienaventuranzas, tan proclive a la poética y tan rico en matices, haya pasado más desapercibido para los intereses de los grandes compositores. Por supuesto, existen muchas obras, y aquí veremos tres de las más importantes; sin embargo, no siempre han tenido la difusión merecida. A continuación presentamos tres ejemplos diferentes de tratamiento musical para un mismo texto (Mateo 5:3-12), que buscan efectos muy diferentes en el oyente.
¿Por qué hablar de estas tres obras y no de otras? En primer lugar porque, debido a su difusión, probablemente sean las tres composiciones más importantes sobre este tema. Además, y debido a esta aceptación por parte del público, resultará sencillo para al lector de estas líneas encontrar ejemplos en internet, en páginas como Youtube o Spotify (de nada sirve en este caso hacer una sesuda disertación musical si luego no se puede escuchar de lo que se habla).



Franz Liszt: Die Seligkeiten 
Conocido fundamentalmente por sus trabajos para piano, instrumento del que era un auténtico virtuoso y todo un fenómeno de masas con sus giras por Europa como concertista en el s. XIX, la formación eminentemente católica de Franz Liszt le llevó a interesarse por la música religiosa en forma de numerosas obras para coro: sus Ave María, Via Crucis o Pater Noster nacen de la necesidad del autor de canalizar estas inquietudes religiosas. Basándose en el Sermón de la Montaña, Liszt compone en 1859 Die Seligkeiten, también conocida como Die Seligpreisungen o Les Beatitudes, para barítono solista, coro y órgano. Con texto originalmente en alemán, fue incluida más tarde en su oratorio en latín Christus. Cada una de las Bienaventuranzas es primero cantada por el solista, sin acompañamiento, para después dar entrada al coro que, dividido en siete voces, actúa a modo de eco, haciendo resonar las palabras del barítono, y aportando solemnidad a cada una de las sentencias. Con el canto de la cuarta Bienaventuranza el texto comienza a ser compartido por solista y coro, ganando intensidad progresivamente hasta un dinámico clímax en el que se canta a los perseguidos. Es el momento de mayor dramatismo y fuerza musical. La obra, de apenas nueve minutos de duración, evoluciona desde aquí recuperando poco a poco la calma tras la exaltación, para concluir con una piadosa repetición por tres veces del Amen.




César Franck: Les Beatitudes
César Franck, músico francés de origen alemán, es ampliamente conocido en el mundo de la música para órgano, ya que durante varias décadas fue el intérprete de este instrumento en la Basílica de Sainte Clotilde de París. Sin embargo, la producción de Franck va más allá. Su sentimiento religioso le llevó a dedicar seis años a la composición de su obra magna: el oratorio Les Beatitudes, completado en 1879, aunque no fue estrenado hasta 1891, tras su muerte. Nunca se ha asentado como una obra de repertorio, es decir, habitualmente interpretada, por su duración y sus exigentes características. Estamos ante una composición que supera ampliamente las dos horas de duración y que necesita de una orquesta, un coro, y nueve voces solistas: dos mezzosopranos, una contralto, dos tenores, un barítono (que representa la voz de Jesucristo) y tres bajos (de los cuales uno interpreta el rol de Satán). La obra se desarrolla en nueve números, que comprenden un prólogo y las ocho Bienaventuranzas recogidas por Mateo en su Evangelio. El texto, obra de Madame Colomb, estira los diez versos mateanos hasta darles una longitud casi operística, añadiendo poemas de nueva factura. Para un hombre de una religiosidad tan profunda como César Franck, el tema del Sermón de la Montaña poseía una fuerza particular. La profunda humanización de la partitura, el fuerte sentimiento religioso y la belleza de su lenguaje, en muchos casos cercano a la manera de escribir de Richard Wagner, convierten a este oratorio en una de las obras maestras de la música religiosa.

Arvo Pärt: The Beatitudes
Arvo Pärt, nacido en Estonia en 1935, es un compositor, aún en activo, al cual se le suele identificar con el movimiento musical conocido como minimalismo sacro. Especialmente desde la década de los setenta, cuando comenzó un periodo que el propio autor describe como tintinnabular (“tintineante”), similar al tañir de campanas Para este compositor “la música puede tener un significado ligeramente diferente en cada oyente, creando un espectro de experiencias musicales, similar al arco iris”. Su obra para coro The Beatitudes, compuesta en 1990 y revisada un año más tarde, adquiere importancia desde el momento en que es la primera incursión en el lenguaje inglés de este autor. El coro se presenta prácticamente desnudo, apenas sostenido por casi imperceptibles notas de órgano, desarrollando las frases de Mateo en aproximadamente ocho minutos de duración, con esa quietud mística que proporciona la simpleza rítmica y armónica de los tintinábulos. Un lenguaje austero, de profunda belleza espiritual, conseguida a partir de estas técnicas minimalistas, que sorprende con su potente Amen final, al que se ha llegado a través de un progresivo y lento crescendo, reforzado por el órgano en todo su esplendor, otorgando luz y grandeza al deseo final: “Así sea”.




martes, 20 de marzo de 2012

Crítica: El estreno de un artista/ Gloria y peluca


1OVIEDO 02_29_2012_Martins_Moncloa_fotografia_Cedida_Por_Festival_De_Teatro_Lirico_©carlos_picturesOviedo. LXIV Temporada de ópera de Oviedo. Teatro Campoamor.
29.II.2012.


Joaquín Gaztambide: El estreno de un artista;Francisco Asenjo Barbieri: Gloria y Peluca. 

MONCLOA, MARTINS, DE MUNCK. OFIL. CAPILLA POLIFÓNICA C.O. PÉREZ-SIERRA, dirección musical.


Aforo: 1.440 Asistencia: 90%

sábado, 17 de marzo de 2012

El Caserío: zarzuela con acento vasco



17/03/2012

En el ideario popular –ese que establece mediante sus prejuicios que la zarzuela es un género casposo y moribundo– existe la creencia de que el género lírico español se circunscribe a Madrid o, como mucho, a Madrid, Andalucía y Castilla. Por supuesto, abundan ejemplos que contradicen estas aseveraciones (sin salir de Asturias encontramos la maravillosa ‘LaPícara Molinera’, de Pablo Luna, por poner sólo un ejemplo) y el siguiente título del Festival Lírico de Oviedo así lo demuestra. Desde el próximo miércoles 28 de marzo y durante dos funciones más que tendrán lugar los días 30 y 31 se subirá a las tablas del Teatro Campoamor la zarzuela vasca por excelencia, ‘El Caserío’, de Jesús Guridi.

Foto: Teatro Arriaga

Hablar de Guridi supone referirse a un compositor con un estatus en repertorio más o menos estable, y de cuyo catálogo su obra lírica ‘El Caserío’ es de sobra conocida por el aficionado medio. Al menos su título, y, sobre todo, el preludio del segundo acto, obra que ha adquirido entidad propia y que casi parece obligatoria a la hora de programar una antología de zarzuela. Más allá de esta pieza puramente orquestal, quizás las romanzas “Sasibil mi Caserío” o “Yo no sé qué veo en Ana Mari” puedan haberse escuchado alguna que otra vez. Sin embargo, escuchar ‘El Caserío’ al completo, escenificado y, además, con una producción de primer nivel es mucho más complicado.

A Oviedo llega con una coproducción del Teatro Arriaga de Bilbao y el Teatro Campoamor, ya estrenada la temporada pasada en la capital vizcaína, con dirección de escena de Pablo Viar. En el apartado musical destaca la presencia del tenor Mikeldi Atxalandabaso, recientemente galardonado en los Premios Líricos Teatro Campoamor como mejor intérprete de zarzuela, precisamente por su papel de José Miguel en esta producción. Junto a él encontramos al barítono Javier Franco (Santi) y la asturiana Ana Nebot como Ana Mari. Los habituales orquesta y coro titulares del festival –Oviedo Filarmonía y Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo– completan el reparto comandado por la batuta del director titular de la OFil, el maestro italiano Marzio Conti.

Foto: Teatro Arriaga
Guridi ya había realizado intentos de ópera vasca con ‘Mirentxu’ (1910) y ‘Amaya’ (1920), pero el éxito le llegaría a la hora de adaptar los preceptos de la música de su tierra a la zarzuela grande. En ello tuvo mucho que ver su traslado a Madrid y su colaboración con la pareja de libretistas Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, autores del texto de ‘El caserío’. Para el musicólogo Víctor Sánchez “el mayor acierto fue mantener un ritmo continuo cómico, que equilibraba los aspectos excesivamente sentimentales de la historia principal de Santi, Ana Mari y José Miguel”. Tópica sin caer en la exageración ni la parodia tanto en texto como en música, la partitura de Guridi se desarrolla por momentos compleja, inspirada y arrebatadora; en otros, su escritura se suaviza, y se zambulle sin complejos en la sencillez de las melodías populares interpretadas con txistu y tamboril. Con estos mimbres se presentó en el Teatro de la Zarzuela de Madrid el 11 de noviembre de 1926, siendo aceptada rápidamente por un público que en aquellos tiempos reclamaba las novedades con marchamo regionalista, interesado en colores y acentos locales que aportaban un cierto color exótico dentro del género lírico.

De esta manera el zortziko, la espatadantza o las canciones populares (como el “Pello Joshepe”) conviven en un difícil equilibrio con apasionadas romanzas, dúos y grandes concertantes, momentos de exaltación dramática herederos de la ópera italiana. Los elementos cómicos, personalizados en los roles secundarios (Txomin e Inosensia), son una combinación de ambos lenguajes: los elementos populares conviven dentro de un ambiente lírico. Incluso la tradición de la Schola Cantorum, a la que perteneció el compositor, se deja entrever en una conmovedora música procesional situada en el segundo acto

Pese a tratarse de una comedia lírica en tres actos Pablo Viar propone una función sin descansos, donde en aproximadamente cien minutos, el tiempo que dura una película, la historia se desarrolla con principio y final. Trasladándonos por dos escenarios diferentes –el caserío Sasibil que da título a la zarzuela y el frontón local– la historia fluye ligera, dando preponderancia a la música sobre los por lo general abotagados textos que ralentizan el ritmo teatral. También la danza vasca tendrá su relevancia, interpretada por la compañía Aukeran. Todo creado para un espectáculo que propone otras fronteras dentro de la lírica española.



FICHA

El Caserío
Música de Jesús Guridi
Libro de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw
Reparto: Mikeldi Atxalandabaso, Ana Nebot, Javier Franco, Alberto Núñes, Itxaro Mentxaka, Izaskun Kintana, Jon Ariño, Antonio Rupérez.
Dirección de escena: Pablo Viar
Escenografía: Daniel Bianco
Figurinista: Jesús Ruiz
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Coreografía: Eduardo Muruamendiaraz
Grupo de baile: Aukeran Dantza Konpainia

Orquesta Oviedo Filarmonía
Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo
Dirección musical: Marzio Conti.

Funciones: 28, 30 y 31 de marzo. 20 horas. Teatro Campoamor de Oviedo

miércoles, 14 de marzo de 2012

Notas al programa, OSPA (Montsalvatge: Sinfonía de Requiem - Beethoven: Sinfonía nº 3 en Mi bemol Mayor, Eroica)



Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias
Notas al programa
Concierto de Abono 7 (15-16 de marzo de 2012)

Xavier Montsalvatge: Sinfonía de Réquiem

En 2012 se cumple el centenario del nacimiento y el décimo aniversario de la muerte de Xavier Montsalvatge (Gerona, 11 de marzo de 1912 - Barcelona, 7 de mayo de 2002). En un país tan proclive a despreciar lo propio, no sorprende que la efeméride no haya sido tratada en los medios con la atención merecida. Sin embargo, su figura es indispensable para entender la música española en el siglo XX.
Autor polifacético, compositor y crítico musical, la influencia de la tradición musical catalana marcará su formación y su impronta será reconocible a lo largo de toda su producción: Jaime Pahissa, Eduardo Toldrá o Luis María Millet fueron formando la personalidad musical de un compositor que pronto se vio fascinado por el dodecafonismo y el wagnerianismo, bandera de la música catalana por entonces. Montsalvatge se encuentra profundamente ligado al Conservatorio Municipal de Barcelona, una institución en la que ingresó como alumno para más tarde convertirse en profesor e incluso llegar a ocupar la cátedra de composición desde el año 1978.
Su evolución como autor fue enorme durante estos años, pasando por diversas etapas, en las que destaca su interés por la música antillana (sus famosas Cinco canciones negras compuestas en 1945 son fruto de estos años) o la politonalidad, a la que se acercó a través de sus amistades con compositores franceses como Olivier Messiaen o Georges Auric. Además, su labor de difusión de la música a través de sus publicaciones en La Vanguardia o la Revista Destino hoy resulta esencial a la hora de comprender la sociedad y el ambiente musical de la segunda mitad de siglo.
Ecléctico y muchas veces inclasificable, en su vasto catálogo encontramos óperas (El gato con botas, Una voce in off, Babel 46), zarzuelas (El patio de los rosales, La boda de Reyes Castillo), música de cámara, obras corales, piezas solísticas y hasta música cinematográfica: su partitura para la película Dragon Rapide (Jaime Camino, 1986) incluso llegó a estar nominada para los premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas (los Goya) del año siguiente, aunque finalmente la estatuilla del ‘cabezón’ la levantó el grupo gallego Milladoiro por su música para La mitad del cielo (Manuel Gutiérrez Aragón, 1986).

Por supuesto, un pilar fundamental de su catálogo son sus composiciones para orquesta, categoría donde se enmarca la que hoy vamos a escuchar: su Sinfonía de Réquiem. Fue estrenada el 19 de septiembre de 1986 dentro del II Festival de Música Contemporánea de Alicante, con la voz de María Villa (soprano) y la Orquesta de la Radio de Belgrado, bajo la dirección de José Luis Temes. Se trataba de un encargo que el Ministerio de Cultura realizó al compositor tras haberle concedido en 1985 el Premio Nacional de Música, con el objeto de conmemorar el año europeo de la música. Nos encontramos ante un “réquiem sin palabras”, como lo definía el propio autor, si bien Montsalvatge introdujo al final la voz de una soprano, que opcionalmente puede o no utilizarse en el concierto, ya que únicamente se le confían unas palabras en los compases finales, si bien esta breve intervención está llena de fuerza dramática.
Lo ambicioso de buscar la abstracción orquestal para un texto tan poderoso como el escogido la convirtió desde su estreno en una de las obras más interesantes y mejor valoradas de su autor. Él mismo aseveraba en unas declaraciones recogidas por Antonio Fernández-Cid: “Quería dar forma, de alguna manera, a una creación dictada por el espíritu de la misa de réquiem, sin acudir directamente al texto latino de sus rezos, basándome menos en el sustrato religioso que en la elocuencia expresiva y dramática de cada uno de los seis responsos a los que me circunferí para lograr un cántico sin palabras de sosiego y esperanza”.
Pese a dividirse en seis invocaciones o movimientos sinfónicos (Introitus, Kyrie, Dies Irae, Agnus Dei, Lux Aeterna y Libera me), éstas se interpretan sin solución de continuidad a lo largo de los aproximadamente treinta minutos que dura la pieza. Sin perder nunca el contacto con la tradición, el público puede situarse a través de las citas de las melodías gregorianas, la más clara de ellas, también por ser la más conocida, la otorgada a los metales en el Dies Irae (el compositor se sirve de toda la tradición musical occidental que asocia la muerte a estos instrumentos).
Como si de música programática se tratase, el propio autor estableció el esquema de las seis piezas (de nuevo nos servimos de las declaraciones del autor llevadas al papel por Fernández-Cid): “Cada una de ellas afirma el sentimiento que emana de los textos latinos: la serenidad del Introitus y del suplicante Kyrie enlazan con la tensa respetuosidad del Dies Irae, contrastando con la tersura estética del Agnus Dei, la meridiana claridad del Lux aterna y conduciendo al conclusivo Libera me, un cántico sin palabras de súplica y esperanza”.




Ludwig van Beethoven: Sinfonía nº 3 en Mi bemol Mayor, “Eroica”

Heroica en su concepción, desafiante en su duración, descomunal en su orquestación, inmensa en su riqueza temática… Todo era excesivo en la presentación privada de la nueva sinfonía de Beethoven, en los salones del palacio del príncipe Joseph Franz von Lobkowitz, probablemente hacia el mes de agosto de 1804. La primera ejecución en público de la nueva sinfonía del músico de Bonn tuvo lugar en el Theater an der Wien de Viena el 7 de abril de 1805 con el compositor a la batuta.
Suponía un golpe en la mesa, el aldabonazo definitivo al pasado clásico y el comienzo de la era romántica en la música. Beethoven era su nuevo abanderado, y esta composición confirmaba la hegemonía en Viena de aquel músico llegado a la ciudad en 1792 que seguía mostrándose tosco y más bien torpe socialmente, cualidades a las que no ayudaba su apariencia que, como define su biógrafo Alexander Wheelock Thayer, era poco atractiva: “pequeño, delgado, de aspecto lúgubre, con marcas de viruela, ojos oscuros… Sus dientes paletos, debido a la lisura del cielo de la boca, eran salientes […]. Además, la nariz era bastante ancha y decididamente chata, la frente era marcadamente amplia y redonda (en palabras del Secretario de la Corte Mähler, quien pintó dos retratos suyos, una almendra)”.
De la anécdota que explica el repentino cambio de la dedicatoria a Napoleón una vez que el compositor vio el tirano en se había convertido su admirado revolucionario se ha hablado tanto que la dejaremos en este breve apunte. Sin embargo, el carácter épico de su música pervivió al objeto de su composición, presentándose como la sinfonía (probablemente) más larga de las escritas hasta entonces. Lo que sí es seguro, como asegura León Plantinga, es que se trata de la primera de una serie de composiciones que inspiraron e intimidaron, asimismo, a los sucesores de Beethoven.

I. Allegro con brio
Beethoven se sirve del esquema de sonata clásica para, siempre a su manera, romper con todas las leyes establecidas. Nos encontramos ante un primer movimiento desafiante, altivo y pretendidamente iconoclasta. Desde la decisión de orquestar utilizando tres trompas (lo canónico hubiese sido utilizar dos) hasta sus poderosos y extensos clímax, el autor establece las bases del denominado “segundo estilo” en su producción, si bien se considera a la Cuarta Sinfonía una vuelta al primero, mucho más clásico.
Los dos poderosos acordes que nos sitúan en el Mi bemol Mayor y atraen nuestra atención nos llevan a un primer tema extraño para la época: sobre el papel no es más que un acorde arpegiado, una serie de ideas aparentemente inconexas e incompletas que, sin embargo, de manera tan natural como sorpresiva, van estableciendo el material temático. Pero poco de eso importa. Beethoven añade un nuevo desafío al oyente: el resquebrajamiento de la métrica. El acompañamiento sincopado y los desplazamientos de acento en forma de hemiolias se contraponen a una línea melódica regular, imperturbable. La violencia de los acordes y la intensidad rítmica contrasta con la pretendida dulzura de un nuevo material en los vientos, igualmente inconexo a primera vista, pero de nuevo tan orgánico (palabra clave para entender la música beethoveniana) que fluye inexorable.
El desarrollo conlleva una nueva sorpresa: la introducción de un aparente tercer material temático en el oboe que en un análisis más concienzudo se descubre sin problemas como una variación de lo ya presentado en la exposición. Sin embargo este procedimiento sentará las bases para futuros sinfonistas que se han servido de un tercer tema, como Anton Bruckner. La preceptiva recapitulación viene precedida de una llamada de la trompa solitaria con el motivo inicial, cuatro compases antes de la entrada del material temático inicial al completo. Desafío o broma, lo cierto es que en su estreno llevó a equívoco incluso al discípulo de Beethoven, Ferdinand Ries, que lo cuenta así: “El estreno de la sinfonía fue terrible, pero el trompista hizo bien lo que tenía que hacer. Yo estaba sentado cerca de Beethoven y, creyendo que había entrado mal, le dije: «¡Condenada trompa! ¿Acaso no sabe contar? Esto suena espantosamente mal». Pensé que mis oídos se iban a desencajar. Beethoven no me lo perdonó durante mucho tiempo”. La coda, llena de procedimientos típicos de una sección de desarrollo, aumenta la tensión hasta terminar con la brusquedad con la que se inició la sinfonía.

II. Marcha fúnebre (Adagio assai)
Hans von Büllow se quita sus guantes blancos y se enfunda un par negros para dirigir el segundo movimiento de la Eroica. Esta manera de entablar una relación con el público a través de discursos externos y complementarios a la obra que interpretaba, tan característica del excéntrico director alemán, ilustra perfectamente el cambio de carácter de la sinfonía. Tras el fragor de la batalla, tras la exaltación del héroe, llega el turno del treno funerario, del homenaje a los caídos. Escrita en Do menor (relativo del Mi bemol Mayor del primer movimiento), posee un pretendido estilo republicano, con reminiscencias de la obertura francesa en sus solemnes puntillos, y se relaciona directamente con los trabajos similares de compositores galos como François Joseph Gossec o Etienne-Nicolas Méhul.
Su reconocimiento individual, desgajada de la sinfonía, ha llevado a esta marcha fúnebre a ser utilizada en el funeral del presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt (dirigida por Serge Koussevitzky) o del director Arturo Toscanini (con Bruno Walter a la batuta).

III. Scherzo
La Eroica avanza de obra maestra en obra maestra por cada uno de sus movimientos. Llega el turno al scherzo, el más breve de todos ellos, aunque igualmente reconocido individualmente, principalmente por el papel solista de las tres trompas en el trío central, donde, en un nuevo gesto desafiante, Beethoven se regodea en su revolución de introducir, como ya comentamos, una más de las hasta ese momento habituales en la orquesta clásica.

IV. Finale (Allegro molto- Poco andante- Presto)
Un ciclón en las cuerdas, que desemboca en violentos acordes en la dominante del tono principal del movimiento cargan de tensión los primeros quince segundos de un Finale que juega sus cartas desde el principio. Volvemos al procedimiento del principio de la sinfonía: material temático fragmentado que poco a poco, de manera orgánica, va construyendo un discurso musical pleno de sentido. El compositor funde la forma de tema y variaciones con los procedimientos del rondó tradicional, tomando como base un tema que utilizó en diversas ocasiones (en su ballet Las criaturas de Prometeo, en una de las Contradanzas WoO 14 y como tema para las Variaciones para piano Op. 35 (conocidas como Variaciones Eroica). La acumulación progresiva de tensión desemboca en un poderoso final. El necesario para una poderosa sinfonía.


Alejandro G. Villalibre

sábado, 3 de marzo de 2012

El humor de Les Luthiers vuelve a Oviedo siete años después




3/03/2012


Cinco músicos y actores argentinos con esmoquin, fondo rojo e instrumentos imposibles. No hace falta más. Durante cuarenta años la formación cómico-musical argentina Les Luthiers llevan recorriendo los escenarios de todo el mundo con esta fórmula, a la vez sencilla y compleja, cargada de una habilidad para hacer reír con su música que no tiene parangón. Los próximos 8, 9, 10, 11 y 12 de marzo (esta última fecha ampliada tras el éxito de venta de entradas) en el Palacio de Exposiciones y Congresos de Calatrava el grupo presentará en Oviedo su espectáculo ‘Lutherapia’, una nueva vuelta de tuerca a la trayectoria de la formación.


Bajo el auspicio de los coros universitarios argentinos, este grupo fue fundado bajo el nombre de ‘I Musicisti’, y su gran éxito se inició en un festival en 1965, donde la formación se presentó aunando humor y música barroca, todo ello interpretado con instrumentos no convencionales. La interpretación de la ‘Cantata Laxatón’, una pieza de creación propia en estilo bachiano basada en el prospecto de un popular laxante, les granjeó el reconocimiento unánime, ya no solo por la originalidad de su propuesta, sino por la calidad de la interpretación.

Desde principios de los setenta el grupo se establece bajo el nombre de Les Luthiers haciendo de estos instrumentos informales su bandera, y desde 1977 producen un nuevo espectáculo cada dos años que constituye el plato fuerte de la temporada del Teatro Coliseo de Buenos Aires. Actualmente –tras la prematura muerte de su fundador Gerardo Masana y el abandono del grupo de Ernesto Acher– Les Luthiers lo forman Marcos Mundstock, Daniel Rabinovich, Carlos Núñez, Carlos López Puccio y Jorge Maronna. Firman a diez manos todas las obras de ‘Lutherapia’, como ocurre desde su fundación.

‘Lutherapia’, estrenado en 2008 en Argentina, toma como hilo conductor a dos de los integrantes del grupo (Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich), fórmula que se viene repitiendo desde el espectáculo ‘Todo por que rías’ (1999). Ambos encarnan a dos personajes de sobra conocidos por los aficionados, Ramírez (Rabinovich) y Murena (Mundstock). La presentación de ambos tuvo lugar en la obra ‘La comisión’, dentro del espectáculo ‘Bromato de armonio’ (1996), y su éxito hizo que la aparición de estos caracteres sea recurrente en todas las nuevas creaciones de Les Luthiers. En ‘Lutherapia’ Murena se convierte en un psicoanalista que tratará los problemas de Ramírez, motivados por la urgencia de presentar su tesis doctoral sobre el compositor Johann Sebastian Mastropiero, autor –igualmente ficticio– de la mayoría de las composiciones del grupo desde sus inicios.

A partir de sus diálogos se irán presentando las piezas musicales, que abarcan desde cumbia hasta blues, pasando por ópera, rock o música medieval. Como en cada nueva creación, un punto fuerte de la función será la presentación de los nuevos instrumentos informales, que en esta ocasión responden a los nombres de ‘silla eléctrica’ (una silla que lleva acoplada una guitarra eléctrica), ‘percuchero’, ‘percusilla’ y ‘tamburete’ (tres instrumentos de percusión basados, respectivamente, en un perchero, una silla y un taburete), ‘bolarmonio’ (formado por 18 pelotas de fútbol que expulsan aire a través de lengüetas de acordeón perfectamente afinadas) y ‘exorcítara’ (gran cítara cuyas cuerdas son tubos de neón). Éstos se unirán a los ya habituales de todos los espectáculos ‘lirodoro’ (o lira de asiento), ‘latín’ (o violín de lata), ‘cellato’ (o cello de lata), ‘gom-horn da testa’, ‘guitarra dulce’… Infinidad de nombres y creaciones imposibles sin las que sería imposible imaginar un espectáculo lutheriano.


Siete años hace que estuvieron por última vez en Oviedo –en aquella ocasión con ‘Las obras de ayer (el refrito)’– y la expectación en una ciudad tan ‘lutheriana’ como Oviedo es máxima. A partir del próximo jueves todos los aficionados asturianos tendrán la oportunidad de saciar su apetito de humor argentino.




FICHA

Lutherapia
Estrenado el 22 de agosto de 2008 en el Teatro Astengo, Rosario (Argentina)

Les Luthiers: 
Carlos López Puccio, Jorge Maronna, Marcos Mundstock, Carlos Núñez Cortés y Daniel Rabinovich.

Fundador: Gerardo Masana

Midi y sistemas electrónicos: Diego Smolovich

Asistente de instrumentos: Jerónimo Pujal

Coordinación técnica y montaje de luces: Francesco Poletti
Sonido: Miguel Zagorodny
Reemplazantes: Horacio ‘Tato’ Turano y Marcelo Trepat
Luthier de Les Luthiers: Hugo Domínguez
Diseño de Iluminación: Omar Possemato


Funciones: 8, 9, 10, 11 y 12 de marzo, 20 horas. Palacio de Exposiciones y Congresos de Oviedo.