martes, 26 de febrero de 2013

Herramientas metodológicas y recursos educativos en el aula de música







Presentación PREZI para los alumnos de la asignatura Música y su aplicación didáctica. Grado en Maestro de Educación Primaria. Universidad de Oviedo.

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sábado, 23 de febrero de 2013

ENCUENTROS ÓPERA- UNIVERSIDAD: Diálogo con Ainhoa Arteta y Juan Jesús Rodríguez sobre Don Carlo, de Giuseppe Verdi



Diálogo con Ainhoa Arteta y Juan Jesús Rodríguez sobre Don Carlo, de Giuseppe Verdi
Fecha: 25 - 01 - 2013
Organiza: Universidad de Oviedo
Intervienen: Dña. Ainhoa Arteta, D. Juan Jesús Rodríguez y D. Alejandro G. Villalibre
Lugar: Aula Magna de LAUDEO Centro Cultural de Extensión Universitaria (Edificio Histórico) 



Resumen: La primera edición de los Encuentros Ópera Universidad culmina con una propuesta que rubrica de modo inmejorable el formato a la vez riguroso y distendido que se ha venido ensayando. En esta ocasión, el encuentro girará en torno al Don Carlo de Giuseppe Verdi, y para ello contaremos con la pesencia de dos figuras excepcionales: la soprano Ainhoa Arteta y el barítono Juan Jesús Rodríguez, que representan en la ópera los roles de Elisabetta di Valois y Rodrigo, marqués de Posa. Estarán acompañados por Alejandro G. Villalibre, profesor del área de Musicología de la Universidad de Oviedo.

Derechos: Universidad de Oviedo (Creative Commons: BY NC ND)
Url del Copyright: http://mediateca.uniovi.es


jueves, 14 de febrero de 2013

Notas al programa, OSPA (Wagner: Murmullos del bosque | Schumann: Concierto violoncello | Beethoven: Pastoral)



Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias
Notas al programa
Concierto de Abono 6 (14-15 de febrero de 2013)




Wagner. Sigfrido: Murmullos del bosque 

Sigfrido, tercer título de la tetralogía wagneriana, presenta un interesante trabajo de entretejido de los leitmotiven y las ideas aparecidas a lo largo del magno opus del compositor sobre la leyenda del Anillo. Mucho de este trabajo versa sobre el conflicto entre el Nibelungo Mime y Sigfrido. Mime ha planeado ayudar a Sigfrido arreglando la espada de su padre, rota por Wotan en el combate con Hunding, y de este modo permitirle atacar al dragón Fafner y hacerse con el anillo.

En la entrada de la cueva de Fafner, Alberich y Wotan buscan a la bestia para advertirle del inminente peligro sin éxito. Sigfried llega hasta el lugar guiado por Mime y cuando se queda solo escucha el murmullo del bosque y el canto de un pájaro, que no puede imitar con su flauta. Durante la interpretación de una balada con su trompa despierta al dragón, que morirá durante la pelea siguiente. Durante la lucha Sigfrido se quema la mano con la sangre del dragón e instintivamente se la lleva a la boca. Probando esa sangre se da cuenta de que al fin puede entender el canto del pájaro, que le advierte del peligro que corre junto a Mime (que había preparado un veneno para acabar con él una vez terminada esta empresa). En consecuencia el héroe termina también con la vida de Mime y el pájaro del bosque le habla del amor y de Brünnhilde, a quien debe rescatar.

La versión orquestal de estos llamados “Murmullos del bosque” nos muestra a Sigfrido descansando bajo un tilo cerca de la cueva de Fafner, antes de la lucha con el dragón, reflexionando sobre el indescifrable para él –al menos en ese momento– canto de los pájaros.




Schumann, Concierto para violonchelo en La menor, Op. 129

Robert Schumann puede parecer un típico compositor producto de la época que le tocó vivir, aunando en su figura la gran mayoría de las características del romanticismo, tanto en su música como en su propia vida. Nacido en Zwicjau en 1810, hijo de un librero, editor y escritor, mostró desde niño interés por la literatura hecho que le haría granjearse un nombre como escritor y editor de la publicación musical Neue Zeitschrift fur Musik, lanzada en 1834.

Tras un periodo en la universidad, cuyo único fin para nuestro autor era el de satisfacer las ambiciones de su viuda madre, donde continuó mostrando su vocación diletante, Schumann se centró más en el aspecto musical bajo la tutela de Freidrich Wieck, famoso profesor que había dedicado durante mucho tiempo todas sus energías en la formación de su hija Clara, una pianista de temprano y prodigioso talento.

El romance entre ambos condujo a la boda en 1840, para disgusto de Friedrich. Comenzaba entonces un periodo en el que la carrera de Clara como pianista y compositora debió de conciliarse con su papel como esposa amantísima, y madre de los hijos que Robert ansiaba. Problemas físicos en sus dedos hicieron que Schumann abandonase la idea de convertirse en un afamado concertista de piano, pero le llevaron a volcarse de lleno en su faceta de compositor.

Y fue en este periodo, donde la composición centraba su vida por completo, cuando Schumann acometió la escritura de este concierto para violoncello en 1850, descrito en un propio catálogo como Konzerlstuck. Fue realizado durante su primera estancia en Düsseldorf, coetáneamente a la composición de su tercera sinfonía, la “Renana”. El compositor conocía los rudimentos del instrumento, ya que comenzó a tocarlo veinte años atrás, cuando se vio obligado a abandonar sus aspiraciones como pianista profesional.

El registro grave del cello suele provocar ciertos problemas en los compositores, ya que con frecuencia es silenciado por la orquesta. Este aspecto es inteligentemente evitado por Schumann en su orquestación, lo que, sin embargo, ha sido fuertemente criticado en ocasiones, llevando a ciertos autores a tratar de reorquestar la pieza de modos considerados más ‘interesantes’, si bien nunca han llegado a imponerse a la escritura original.

Acordes en el viento madera y pizzicati en las cuerdas abren el concierto, para de inmediato ceder el protagonismo al solista acompañado por discretas figuras en violines. El compositor nos presenta un primer tema de una fuerte carga romántica en esta presentación del violoncello, que dará paso al primer gran tutti orquestal que rápidamente será respondido de nuevo por el solista. Estamos ante un material de marcado carácter rapsódico, que será desarrollado a lo largo de los dos temas que conforman este primer movimiento.

Parece ser que a Schumann no le gustaba nada el que el público aplaudiese entre las secciones, por eso construyó este concierto sin solución de continuidad entre los tres movimientos que lo conforman. Lejos de terminar con el habitual estallido triunfal, el primer movimiento se va apagando lentamente en una coda paradigma del anticlímax, buscado para enlazar con el segundo movimiento, una expresiva pieza central que como mandan los cánones se desarrolla en tempo lento. El violoncello jamás deja de ser el protagonista, en este plácido, aunque breve, interludio, cargado de fuerza melódica que demuestra la capacidad inventiva del autor. Esta construcción sirve de asueto para enfrentar el finale, que, de nuevo sin descanso, es lanzado de manera sutil por el solista a través de una breve melodía que poco a poco irá cargándose de tensión y energía.

El último movimiento recupera los materiales ya escuchados para desarrollar una exigente escritura solística, plena de virtuosismo, que avanza inexorable hacia la cadencia final acompañada y un final ahora sí empático y triunfal.





Beethoven, Sinfonía nº 6 en Fa M, Op. 68 “Pastoral”

Cuando Beethoven escribe en el programa de la primera interpretación de su sexta sinfonía “más expresión del sentimiento que pintura sonora” parece querer distanciarse de la corriente romántica que abogaba por piezas características y pintorescas, mitigando la carga descriptiva de los títulos asignados a los movimientos: “Despertar de apacibles sentimientos al llegar al campo”, “Escena junto al arroyo”, “Animada reunión de los campesinos”, “Trueno y tempestad” y “Sentimientos de benevolencia y agradecimiento hacia la Divinidad después de la Tempestad”.

Pese a lo que pueda parecer, Beethoven era muy reticente a la utilización de referencias literarias en la música instrumental, de ahí que la indicación de “más sentimiento que pintura” no fuese la única que trataba de dejar claras sus intenciones. Entre sus materiales autógrafos se pueden encontrar afirmaciones tales como: “Una persona que tenga alguna idea sobre la vida campestre puede descubrir la intención del compositor sin que se relacione demasiado con los títulos”.

La Pastoral bebe claramente de las fuentes de Haydn, y en concreto de sus Estaciones, para conformar el lenguaje utilizado por Beethoven a lo largo de la sinfonía. Sin embargo, el compositor, fiel a su estilo, va siempre más allá, buscando alcanzar los límites de la forma musical cada vez más alejada del modelo de sonata clásica, como una evasión hacia la libertad del campo dentro de la encorsetada vida industrial que en las ciudades comenzaba a cobrar protagonismo.

En efecto, esta composición evoca esos anhelos pastorales, esas ansias de liberación idealizadas en la naturaleza libre y cambiante, donde las descripciones de murmullos de arroyos, cantos de pájaros, tormentas y música campestre están inequívocamente presentes. Si bien la estructura en cinco movimientos sí suponía una revolución en el panorama sinfónico, instrumentalmente la plantilla –aunque difiere en cada uno de los cinco movimientos– no aporta grandes novedades con respecto a las obras sinfónicas anteriores del autor. Para los movimientos más líricos (el primero, el segundo y el quinto), Beethoven utiliza una orquesta sinfónica clásica más bien pequeña: 2 flautas, 2 oboes, 2 clarinetes, 2 fagotes, 2 cornos, y la habitual sección de cuerdas. Para el tercer movimiento, a ellos se suman 2 trompetas, y para incrementar la efectividad de la tormenta del cuarto movimiento, Beethoven agrega 2 trombones, timbales y piccolo.

Lo más sorprendente del primer movimiento es su plácida quietud. Beethoven aplica la idea de repetición inalterada, buscando un claro impacto en el espectador por lo inusual de su utilización, en un procedimiento que aún hoy está presente en las composiciones contemporáneas. Escuchándolo cuesta creer que proviene de la misma mano y del mismo año en el que fue escrita la exaltada Quinta Sinfonía. Tal y como apunta Leon Plantinga en traducción de la doctora Celsa Alonso, “el efecto dominante, especialmente en el primer y el último movimiento, se consigue a través de la repetición deliberada de motivos apacibles, que consiguen una superficie melódica extática que atrae la atención del oyente sobre una serie de delicadas variaciones armónicas de riqueza colorística”.

Donald Tovey ha llegado a describir el segundo movimiento como “perezoso”, y podemos estar seguros de la intencionalidad de esa pereza. Beethoven parece disfrutar  de la somnolienta paz y la detallista recreación de paisajes sonoros, que culmina con un excelso catálogo de cantos de aves: el ruiseñor (flauta), la codorniz (oboe) y finalmente el cuco (clarinete).

El ritmo de danza aparece con el tercer movimiento, que a modo de scherzo nos presenta melodías rústicas y ritmos alegres en un claro predominio de los vientos y una aparente sencillez, al menos en apariencia. Sin embargo la diversión se verá alterada por los oscuros presagios de tormenta que se verán confirmados en el cuarto movimiento.

Funcionando como un preludio del finale, el cuarto movimiento es el que rompe el esquema clásico de sinfonía en cuatro movimientos. La tormenta aparece sin dar descanso, sin pausa entre movimientos. Beethoven hará de las tres últimas piezas un todo musical presentándolas de continuo, culminado en el finale con la vuelta a la calma y la placidez con la que habíamos comenzado.




sábado, 2 de febrero de 2013

Entrevista a Ainhoa Arteta: “Un país que no cree en la cultura es un país muerto”






Terminan las funciones de ‘Don Carlo’ en el Campoamor, que han tenido en Ainhoa Arteta uno de los grandes reclamos de la temporada, así como uno  de los puntos de interés, ya que la soprano debutaba el papel de Elisabetta de Valois. Nos recibe en el Campoamor para hablar de la preparación de un papel tan comprometido, además de hacer un repaso a su carrera y reflexionar sobre el canto hoy en día. No rehuye ninguna pregunta: se muestra dispuesta a opinar sobre el difícil momento que vive la cultura, y aborda sin tapujos sus opiniones sobre la creación contemporánea.

¿Debutar un papel tan conocido como Elisabetta es más comprometido?
Siempre digo que llevo una preparación de 22 años, que es lo que llevo de carrera Estos son roles a los que se llega ya con un cierto bagaje, porque son tremendamente densos a nivel emocional, y a nivel vocal son complicados. En este momento puedo afrontarlo en un nivel vocal adecuado para que no me cueste la carrera, porque este tipo de papeles, dependiendo de cuándo los afrontas, pueden ser el principio y el final de una trayectoria.

¿Cuándo siente que está preparada para un papel así?
He tardado mucho en llegar a ellos, pero creo que ha merecido la pena. Son roles a los que se llega ya con una cierta edad, una cierta madurez vocal. Requieren una base técnica muy importante. No son personajes vocalmente sencillos, así que fui a prepararlo a Nueva York durante un mes con profesores especialistas. Luego hay un periodo de dos o tres meses puramente musicales, de aprender el rol, meterlo en voz, interiorizarlo, memorizarlo… Es un trabajo de muchísimo tiempo.

¿Representar roles históricos exige una documentación más allá de lo musical?
Para un rol como Elisabetta de Valois es necesario leer mucho. A mí me apasiona la historia, y eso es una ventaja. Tratas de leer lo que hay de literatura sobre el periodo de Felipe II, aunque centrarse en su esposa no hay sido fácil porque no existe mucha bibliografía.

¿Es difícil abstraerse de grabaciones previas?
Te debes de abstraer. Lo primero que tiene que hacer un intérprete es aceptar su voz y lo que ésta le da. Obviamente escuchas a otros… Escuchas diferentes versiones, pero siempre y cuando ya has trabajado tú. Una vez que las dificultades están resueltas sí te puedes concentrar en escuchar.

El peligro de la imitación…
Exacto. Porque queramos o no los cantantes tenemos un oído muy bueno y podemos llegar a imitar. Y esto puede llegar a ser contraproducente. Sí es necesario y es bueno para poder comparar en ciertos pasajes cómo afrontan otros las dificultades, pero nunca hay que perder la singularidad de cada voz.

¿Para evolucionar una carrera es necesario tomar riesgos o hay que ir siempre sobre seguro?
Yo soy de las que piensa que hay que ir con seguridad. Siempre recuerdo una frase de Alfredo Kraus: “voz solamente tienes una y teatros hay muchos”. A la voz hay que escucharla, nunca obligarla.

Pero en los comienzos es más difícil tomarse las cosas con ese temple…
De joven siempre haces cosas contraproducentes. Por la propia flexibilidad del instrumento, las cuerdas vocales suplen deficiencias que técnicamente no están resueltas. Pero en seguida te das cuenta, sobre todo cuando sientes que tu voz está cansada después de una función.

¿La voz no sufre si se encuentra cómoda?
Cuando tú sientes que tu voz se ha cansado después de una función algo te tienes que plantear: o ese rol no es para ti o algo no estás haciendo correctamente. Es un trabajo duro, y obviamente al terminar la función existe un cansancio físico, pero lo correcto es que la voz permanezca intacta.

Pero saber cuándo hay que parar en un mundo tan competitivo…
Es muy difícil. Sobre todo en el mercado actual, que yo lo llamo el ‘Mercado Hollywood’, que es de quita y pon. No se corresponde con la disciplina y el tiempo que conlleva la lírica. Eso hay que tenerlo muy claro. Obviamente te arriesgas a que no vayas a tener una carrera fulgurante, pero posiblemente sí una carrera segura.

¿Eso cierra puertas?
Lamentablemente sí. Hay lugares que se ofenden porque te has negado a hacer un determinado papel por sentir que no estás preparado. En mi caso tengo dos o tres teatros a los que en su día dije que no y no me han vuelto a llamar. Pero sigo cantando. Si hubiera hecho ese rol posiblemente no estaría cantando ahora y esas son las cosas que pesan en una balanza. Si te gusta tu carrera tienes que respetarla por encima de todo.

¿Sigue habiendo miedo a que se escape un tren?
He aprendido que no existe solo un tren en esta historia. Por dos veces en mi carrera me han dicho que estaba acabada. Que ya se me había ido el tren, y mira dónde estoy. Esto es una carrera de fondo y resistir es vencer.

Sigue siendo un mundo elitista…
A la gente joven que me dice que quiere ser cantante lírico porque se gana mucho dinero le digo que están equivocadísimos. Esto se hace por pasión, es una carrera completamente vocacional y, de hecho, pocos colegas que yo conozca terminan en la opulencia. Sí es una vida en la que estamos rodeados de glamour, pero una cosa es el glamour que te rodee y otra cosa es la vida real. Y te aseguro que los bancos no viven de los cantantes.

¿Cree que la crisis afecta a la programación? Los repertorios parecen mucho más conservadores.
Creo que hoy en día hay pocos teatros que se puedan arriesgar a programar cosas innovadoras, porque no pueden arriesgarse a encontrarse butacas vacías. Obviamente prefiero que se sigan haciendo cosas, aunque sean menos innovadoras, a que se suspenda todo por la falta de público.

La subida del IVA también ha hecho mucho daño…
Estamos viviendo una época catastrófica a nivel cultural: recortes a la cultura, subida del IVA, la falta de apertura de la ley de mecenazgo…

¿Sería una solución esa ley?
Es que no se puede subir el IVA, hacer recortes y encima frenar la ley de mecenazgo. Hay gente que quiere aportar en cultura porque, por otro lado, creo que un país que no cree en la cultura es un país muerto. Para mí las entidades y las empresas que apuestan por la cultura tienen visión de futuro. Ahora tenemos que intentar que esa visión de futuro la tengan también los políticos, que parece que funcionan siempre a corto plazo.

Y en este mundo tan exigente, ¿publicar discos ‘ligeros’ como ‘Don’t give up’ o ‘La vida’ supusieron desconectar completamente?

Eso fue una aventura, me lo pasé bien sólo al final, pero fue salirme de mi repertorio y no fue fácil. De hecho, el último disco de canción lírica tardé en grabarlo dos días, y estos se alargaron hasta las dos semanas Tuve la suerte de ir de la mano de Javi Limón, que siempre me rodea de músicos extraordinarios: Paco de Lucía, Enrique Morente… Genios que obviamente te enriquecen.

La exposición es mayor: las críticas llegan desde puristas de ambos ‘bandos’
Es cierto. Pero el cantante tiene que estar abierto a eso. Siempre habrá gente a la que le guste más o menos. Lo importante es poder expresar lo que, como artista, te interesa.

¿Las grabaciones de estudio pierden la magia?
Para mí todo lo que es grabación pierde la magia del directo. Y quizá esa es la ventaja con la que jugamos en la ópera o en el recital. Cuando una voz tiene verdadero poder, y tiene los armónicos bien desarrollados, entra como un rayo láser en el cuerpo del que lo recibe. Y eso es algo que en una grabación, por mucho que se quiera, no se va a poder reproducir.

¿En la élite existe espacio para la búsqueda personal o los proyectos siempre están más supeditados a las exigencias de un contrato?
Es verdad que cuando llegas a un punto de tu carrera puedes elegir. Hay gente que ya confía en ti, en tu trabajo, y se preocupan por qué te gustaría o qué te apetecería hacer.

¿Y qué repertorios que todavía no ha explorado cree que puede alcanzar con su evolución?
Hay algo que todavía no he hecho, que es ‘El Teléfono’ de Menotti (1947). Incluso el otro día pensaba que ojalá alguien pusiese en música ‘Cinco horas con Mario’. Me interesa mucho el mundo del monólogo, entrar en una teatralidad más naturalista.

Eso exige una cierta confianza en nuevos compositores, que por ejemplo puedan poner música a ‘Cinco horas con Mario’.
Sin duda.

¿Cuál es su relación esa nueva creación?
Conozco compositores jóvenes, aunque sinceramente no demasiados. Se van acercando, mandando sus trabajos y lo que más suelo hacer, al tener el trabajo de recitalista, son ciclos de canciones.

¿Cree que la ópera contemporánea dañaría su voz?
No sé si estaría dispuesta a llegar a hacer ópera contemporánea. No me lo he planteado, porque me ha costado mucho conseguir cantar de una manera muy sana. Quizá yo apostaría más por un compositor que cuide y que sea consciente de los límites de la voz.

¿Se ha perdido ese cuidado por la voz?
Depende de cada compositor, por supuesto. Pero no somos máquinas. La voz es un instrumento, pero es un instrumento vivo que depende de sus limitaciones. No todas las voces son iguales, algunas son más limitadas, otras menos, y tiene que haber un punto de flexibilidad en todo compositor que esté componiendo para voz.

Entonces usted apuesta por la colaboración intérprete-compositor.
Es que desde siempre ha sido así. Strauss, Verdi, Mozart… todos tenían sus cantantes para los que componían, a los que conocían, y sus obras están pensadas para esas voces. Cuando el compositor está muy cerrado en que hay que hacer un sonido de una determinada manera y puedes convencerle de que eso no se puede hacer, te das cuenta de cuándo alguien quiere hacer verdaderamente música, colaborando con el artista que lo tiene que interpretar.