“El público es un factor indispensable de la composición”
Israel L. Estelche (Santoña, 1983) es una ‘rara avis’ dentro de la joven camada de compositores españoles que surge con fuerza en los últimos años. Con unos comienzos musicales que se sitúan en el heavy metal y el jazz ha conseguido hacerse un hueco dentro de la música más académica, donde ha sabido rodearse de importantes mecenas: Alfredo Aracil, Tomás Marco o David del Puerto figuran en su lista de maestros. Afincado desde hace años en Asturias, donde ha desarrollado gran parte de su carrera -el Coro Universitario estrena su ‘Intemerata Dei Mater’ el lunes-, su faceta como musicólogo le permite aportar en esta entrevista interesantes reflexiones sobre el estado de la composición en España.
Repasando su curriculum, llama la atención esa evolución de batería de heavy metal a compositor de sala de conciertos pasando por el jazz.
No es muy habitual, aunque de unos años para acá los compositores que más resaltan han pasado por diversas fases. Si pensamos en gente como Lanchares o Del Puerto fueron guitarristas de rock, José Nieto comenzó su carrera como batería de jazz... Poco a poco se va evolucionando en la búsqueda de una vía de expresión y se llega a una música de concierto que, por otra parte, trata de liberarse de esa litúrgica casi religiosa de la ‘música culta’ para abrirse a nuevas experiencias.
¿Se están eliminando las fronteras entre los lenguajes?
Obviando los trabajos de fusión, que buscan específicamente la mezcla, esas fronteras se van diluyendo poco a poco. Hace 50 años los músicos académicos poseían un aura de intocables que, en estos momentos está totalmente superada. El acceso a la información y las nuevas vías de aprendizaje permiten a los músicos abarcar muchos más ámbitos.
¿De dónde surge esa necesidad de componer?
Es una vía de expresión. Desde pequeño ha sido una inquietud, casi comenzó como un juego, por ejemplo modificando músicas de anuncios de la televisión. Poco a poco este aspecto comenzó a adquirir importancia, y la necesidad de buscar un aprendizaje más serio para llevar a cabo mis ideas se hizo más evidente.
¿Qué le ha aportado su experiencia en la música popular?
Consigue acercarte al público. Los conciertos exclusivos y las sociedades privadas consiguieron una exclusión de la música contemporánea por no tener en cuenta al público como un factor imprescindible del concierto.
¿En su producción existe esa consideración hacia el oyente?
Si somos sinceros, el público es el que puede hundir o elevar una obra nueva, siempre dentro de lo que el compositor permita. El primero que tiene que estar satisfecho con la nueva creación es el propio compositor, pero el público tiene que disfrutar también escuchando la obra. Es muy difícil contentar a todo el mundo, porque cada uno va buscando una visión que jamás coincidirá con la tuya.
Esa visión no es muy común
Porque el compositor español no vive del público, sino de las subvenciones, los encargos… Si nos fijamos en EE.UU., la vanguardia europea ‘dura’ pasó casi de puntillas. Allí encontramos una música mucho más consonante, agradable e incluso repetitiva: véase el minimalismo de Philip Glass. Pero es que ellos sí viven del dinero que el público deja en sus conciertos, las ayudas son mínimas.
Estamos viviendo una ‘Edad de Oro’ de la composición española…
Desde luego. Desde la llamada Generación del 51 (Barce, Halffter, De Pablo, García Abril, Bernaola…) se marcó un nuevo camino a los compositores que llegamos por detrás. Ellos supieron superar las grandes adversidades de un país en una alarmante autarquía cultural saliendo al extranjero y aportando nuevas visiones que revitalizaron el mundo musical español. Ese saber supieron transmitirlo a sus alumnos más directos, y hoy en día el plantel de compositores españoles reconocidos es enorme.
¿Por qué cada vez es más difícil encontrar un nexo de unión estético entre los autores?
En España gozamos de una buena salud de intérpretes y de estéticas. Aunque sigue existiendo una ‘Vanguardia institucional’ que trata de marcar el ‘camino correcto’, lo cierto es que cada vez más personas tienen algo que decir desligándose de corrientes que adoran lo complejo como marca de calidad artística. Lo positivo es que exista un espectro que vaya de ese extremo a la simpleza más absoluta, y abarque tonalidad, espectralismo, atonalidad…
Sin embargo, muchas veces la música de los compositores jóvenes suena a ‘ya oída’, a copia de los más reconocidos
Hay que tener en cuenta que mi generación nos encontramos en un periodo formativo que es muy largo. Esto implica buscar referentes y adquirir una base sólida. La madurez del lenguaje de un compositor tarda en llegar: se suele hablar de los 40 años se como una edad más o menos habitual para llegar a esa plena posesión de un mundo sonoro propio.
Dentro de su producción ¿dónde situaría su ‘Intemerata Dei Mater’, que se estrena el lunes?
Se podría calificar de obra de transición, por dos aspectos fundamentales: lo primero sería el trabajo tímbrico, y además, la preocupación interválica es mayor. La consonancia es mucho más evidente que en otras obras mías. Tomo como punto de partida una sola nota, y a partir de ella construyo un gran acorde. La obra se basa en la evolución de ese acorde durante 8 minutos.
¿Sigue notando un rechazo hacia la música de nueva creación por parte del público?
Cada vez se están eliminando más prejuicios y la gente se acerca a la música contemporánea en mayor número. Hoy en día hay muchas más vías de difusión para las nuevas composiciones, hasta el punto de que cada estética posee su propio público.
¿Por qué parece que la música sigue estancada en las grandes obras del siglo XIX y principios del XX y el repertorio no evoluciona?
Partimos de que la música no es un arte tangible, se desarrolla en el tiempo y no se puede asir. Al ir a un museo, cada persona se detiene en la pintura que le interesa y pasa de largo lo que no, puede elegir. En un concierto, es imposible ‘escapar’ de una sinfonía de 50 minutos.
Al final queda reducida a festivales que son casi ‘ghettos’
Ha sido una vía de escape, muchas veces también buscada como símbolo de exclusividad. Ocurre lo mismo con la música antigua, porque el repertorio ‘oficial’ abarca la gran mayoría de las programaciones de las orquestas. Es una lástima que estas tres vías discurran tantas veces en paralelo y en raras ocasiones lleguen a colaborar en busca de un bien común y una normalización. Al fin y al cabo, todo es música.
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