sábado, 5 de febrero de 2011

Patatas a lo pobre




05/02/2010

En septiembre de 2010 arrancaba la LXIII Temporada de Ópera entre reservas, debido a que la crisis amenazaba con echar por tierra los logros conseguidos en periodos de bonanza (quintos títulos, segundos repartos…) y con los reparos lógicos de sólo poseer cuatro óperas ‘nuevas’ -debido a que se recuperaba un Wagner de tres temporadas atrás- y con dos títulos ‘desconocidos’ de Monteverdi y Jánacek -un ‘antiguo’ y un ‘moderno’ para el público medio- que se compensaban con ‘greatest hits’ de Verdi y Donizetti para contentar a todos.

Ha sido una temporada difícil. Difícil para la institución por los apuros económicos, pero, no lo olvidemos, también difícil para un público –al fin y al cabo lo importante- a ratos descolocado, sobre todo por los montajes o el desconocimiento de los cantantes que llegaban, pero que en ocasiones ha podido disfrutar ampliamente.

Pero vayamos por partes. El foso ha albergado hasta tres formaciones diferentes, de las cuales ‘Forma Antiqva’ fue la más aplaudida (no sin razón, aunque también es cierto que los Zapico ‘jugaban en casa’). Su interpretación en ‘L’incoronazione di Poppea’ fue exacta y ayudó al espectáculo más redondo de los cinco que vimos este año. La Oviedo Filarmonía, por si quedaba alguna duda, ha demostrado que es la Orquesta –con mayúsculas- del Campoamor. Su solvencia y adaptabilidad a las necesidades de cada momento dejan claro que los dos títulos por temporada se le quedan cortos. La OSPA, por su parte, ha ofrecido una de cal y otra de arena. Comenzó dubitativa, en una ‘Kat’a Kabanová’ para la que claramente llegó falta de ensayos, y terminó cosechando aplausos en un ‘Tristan und Isolde’ que ya conocía y que volvió a defender a un muy digno nivel.

No ha habido ‘sopradivas’. No ha habido ‘tenorísimos’. No hemos visto grandes nombres que llenan teatros con sólo escribirse en los carteles. No han hecho falta. Si se le puede adjudicar un gran acierto a la dirección artística ha sido una selección de voces estupenda, ajustada a las necesidades de cada obra. Y que ha dado grandes sorpresas. Comenzamos el año con la tafallesa Sabina Puértolas afrontando la Poppea y haciéndola suya, y, más recientemente, Elisabete Matos, la ‘novata’ en el papel de Isolda, se igualaba e incluso sobrepasaba a toda una estrella del Festival de Bayreuth como Robert Dean-Smith. Por el medio, el ‘cast’ de la ‘Kat’a’ –que en su mayoría llegaba de representarla en la Scala de Milán- estuvo al nivel esperado y exigible para su prestigio. También causaron una gran impresión la soprano Hui He (Leonora en ‘Il Trovatore’) –que llegó sustituyendo la baja de Tatiana Serjan- o, en su versión más actoral, el tenor Ismael Jordi, que demostró una vis cómica muy apropiada para su Nemorino en el ‘Elisir’, nunca perjudicando al canto.

Y llegamos a la parte que siempre causa controversia: los montajes. Austeros. Muy austeros. No hay dinero para grandes espectáculos, y los directores de escena deben ingeniárselas para construir fantasías con menos presupuestos. Comenzó el año con una propuesta desconcertante: la nueva ‘Poppea’ de Emilio Sagi -cuya escenografía firmaba la asturiana Patricia Urquiola- aunaba cuadros espectaculares e iluminación absorbente con momentos propios de un show de Lady Gaga. Una mezcla que no acabó de calar entre el público, y que por momentos distrajo y alejó la atención de lo importante –la música-, algo que jamás debería pasar.

La austeridad de ‘Il Trovatore’ y ‘Kat’a Kabanová’ tuvo efectos diferentes en cada título. Mientras que los telones pintados propuestos por Deflo para la obra verdiana –junto con la identificación cromática de los bandos del confuso libreto- ayudaban al espectador a no perderse en la trama (además de apelar al espíritu ‘concertístico’ con el que nació esta ópera), la frialdad que desprendía la idea de Tim Albery para la ópera de Jánacek hacía más árido y difícil un título de por sí duro (cuya programación y riesgo por la novedad es loable, pero que pinchó en hueso).

Un caso muy diferente es ‘L’elisir d’amore’. Que la ópera se desarrolle en su concepción en una plaza de un pueblo ayuda a la economía de medios. En las óperas bufas lo importante es la simpatía de los personajes, y los ‘gags’, siempre y cuando contribuyan a la trama, respeten la música y eleven el espíritu festivo de la ópera. Todo eso lo consiguió la versión de Daniel Slater, que incluso establecía juegos metalingüísticos con citas en el continuo del ‘Tristan e Isolda’ de Wagner –que se representaría inmediatamente después- y cuya leyenda medieval sobre el filtro de amor es el germen de la ópera de Donizetti. Siempre se agradece el esfuerzo de abarcar varios niveles: el espectador medio disfruta con las desventuras de Nemorino, sus torpezas y los ‘sketches’ que se suceden; pero la versión trata de ir más allá, apelando al intelecto con este tipo de citas, y buscando un ‘humor inteligente’ (peligrosísima expresión) que conecte más allá y, por qué no, haga sentirse culto y orgullo de sí mismo al público.

Por último, el ‘Tristan’ de Kirchner, jugaba sobre seguro. El éxito cosechado en septiembre de 2007 aseguraba que los que lo vieron quisiesen repetir y, los que no pudieron, se apresurasen a no desaprovechar la nueva oportunidad. Es cierto que era ‘buscar en el baúl’ para completar la temporada y no perder el quinto título con los recortes presupuestarios. Pero también es cierto que lo que podía haber sido un problema, inteligentemente se convirtió en un aliciente apelando a la gloria pasada, a la ‘bola extra’ para ‘permitir’ a la gente no perderse una ópera de Wagner que, pese a su duración, no se hacía larga.

Claroscuros en una temporada imperfecta. La próxima se presenta con más problemas económicos y con amenazas de eliminar funciones y escenografías a favor de versiones de concierto o ‘semiescenificadas’. Algo inadmisible mientras los abonos sigan subiendo. Decía Elisabete Matos en una entrevista en Oviedo Diario hace dos semanas que si la cocinera no tiene dinero, “debe cocinar con menos ingredientes”. Tocan ‘patatas a lo pobre’ en la Ópera de Oviedo. Pero, bien hechas, pueden ser un manjar. Ahí está el reto.


(Fotos: Fundación Ópera de Oviedo)


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